De exposiciones y otras torturas
Cuando estás ahí arriba lo ves muy claro: a esa pobre gente la documentación informativa les importa tanto o menos que a tí. Puede verse en sus caras. En sus gestos. En la forma de rascarse la oreja con las tapas de los bic. Pero ¡ay amiga! La exposición cuenta para nota y la tuya se la van a comer con patatas. Te aclaras la garganta y sales a escena. Nada más lejos del glamour hollywoodiense que tu forma de tragar saliva después de cada párrafo. Cada diez segundos bajas la mirada para echar un vistazo (leer literalmente) lo que pone en los folios. ¿Por qué cojones no me lo habré aprendido antes de salir? Y entonces recuerdas el magnífico café que te has tomado durante la hora anterior. Nuevo vistazo a los folios. ¿Qué cojones pone aquí? ¡Mierda manía de escribir con letra tan pequeña los trabajos! ¿Cómo lo hará la tía de canal plus? Y en ese momento se te viene a la mente el maravilloso aparato que la presentadora tiene delante de la jeta y la sopla todo el texto. Ah coño. Iba a ser cuestión de haber comprado uno de esos... Cuando levantas la vista ves a la fila de atrás descojonándose. ¿Será mi bragueta? ¿Me ha salido un gallo? Pero no. Se ríen de la cara de interesante que te estás marcando. ¡Mierda! ¡Ni siquiera me escuchan! Ahora sé lo que sienten los profesores cuando... ¡Dios! ¡Me identifico con el profesorado! Esto va de mal en peor...
Por suerte, mientras se te pasaban todas estas memeces por la cabeza, a tu cerebro se le había encendido el piloto automático y has seguido exponiendo el tostón hasta el final. La última línea la acompañas de una sonrisa, más de desahogo que triunfal, y dejas caer el brazo que sujetaba los folios. Una rápida mirada a tu aburridísimo público (el que se rascaba la oreja lucha por mantener los ojos abiertos), otra para el profesor y media vuelta. Un suspiro de alivio demasiado audible y tomas asiento. El siguiente. Ahora me toca a mí descojonarme de sus nervios.
Por suerte, mientras se te pasaban todas estas memeces por la cabeza, a tu cerebro se le había encendido el piloto automático y has seguido exponiendo el tostón hasta el final. La última línea la acompañas de una sonrisa, más de desahogo que triunfal, y dejas caer el brazo que sujetaba los folios. Una rápida mirada a tu aburridísimo público (el que se rascaba la oreja lucha por mantener los ojos abiertos), otra para el profesor y media vuelta. Un suspiro de alivio demasiado audible y tomas asiento. El siguiente. Ahora me toca a mí descojonarme de sus nervios.
1 Comments:
Que malas que son las practikas de periodismo...aiiiiix
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