El Bicho

Hay algo que da más miedo que ver Psicosis en un motel de carretera con el extraño chaval de rececpción mirándote lascivo tras el mostrador... los ataques de hambre nocturnos. Y es que tú estás trabajando con el ordenador (hablando por messenger y mirando la última hora de imdb) e ignoras por completo que el Bicho acecha bajo la silla, dispuesto a atacar en cualquier momento.

Estás en tu cuarto en un sepulcral silencio roto a veces por el tecleo cuando de pronto ¡ZAS! Un rugido inhumano procedente de tus tripas anuncia su llegada. En un momento, tu mente ha sido invadida por un remake de mil y un programas del Arguiñano, por los anuncios de donuts, doritos y demás productos “alimenticios”. Decidida, te levantas de la silla y caminas hacia el frigorífico seguida de cerca por el Bicho. Cuando abres la puerta de la nevera dispuesta a zamparte el paquete de choped y media barra de pan, se te llena la cabeza con las celulíticas fotos del “antes” del último Abdominator Plus Ultra con alas y se te tuerce el gesto. Y la mirada viaja del choped a los yogures. “Eso del cuchareo engorda menos”, piensas resignada. Y agarras no uno ni dos, sino tres yogures de fresa muesli deslechada y te encaminas de nuevo a tu cuarto. Te sientas a engullir eso antes de que los rugidos despierten al resto de habitantes de la casa bajo la atenta mirada del Bicho, que se descojona de la cara de asco que pones a cada cucharada. Le miras de reojo desafiante. “Ya verás mañana qué poco me importa la celulitis a la hora del cocido”. Y el muy perro se va con el rabo entre las piernas. Antes de desaparecer por la puerta, te dedica una sonrisa socarrona. “Hasta mañana, Baby”. Y mientras afilas al máximo tu cara de póquer, un sólo pensamiento se te pasa por la cabeza... “Mira a ver si te dan, cabrón, mañana pongo un candado al frigo”.