Noche de tortura (I)

No sé estudiar. Lo juro. Cuando en febrero consigo acostumbrarme a la terrible tortura de pasar horas frente a unos apuntes que me importan un carajo, se acaban los exámenes. Y claro, luego llega junio y no me acuerdo de comprar el superglue para pegarme a la silla y evitar el baile de san vito. Yo intención le pongo, oye. Cargo mi arcoiris de subrayadores, numero los folios y acción. Me leo tres líneas, profiero siete juramentos, murmuro “quiencoñomemandabametermeaestachufa” y vuelvo a empezar. Este método no es que sea muy productivo, pero desahoga un poco. Porque cuando tienes un collage de letras ajenas (el año que viene empiezo a ir a clase) delante del rostro, doce millones de fechas, nombres y giliflauteces varias que meterte en el coco y un gato cabrón que se dedica a morderte los brazos pidiendo atención, pues como que te estresas un pelín. Por suerte nací medio-vampiro y a estas horas no hay movimiento en casa, porque si alguien osase a profanar mi santuario de lamentaciones rollo “diosmíomequedantodas”, es probable que saliese con un ojo morado, la mitad del cuero cabelludo y una terrible decepción hacia mi persona.

Para colmo, yo había quedado con Apa en darnos toques mientras durase la noche de tortura número uno. Porque se estudia mejor cuando el móvil hace trrrr y puedes pensar “Al menos no soy la única pringada del mundo que pierde sueño leyendo tostones”. Pero mi último ring-ring al teléfono de la esperanza no ha tenido respuesta. Y ahí ya se enciende la voz en off del cerebro, que dice “Se ha ido a dormir porque le ha cundido el estudio, y tú estás aquí atascada en los 236 periódicos conservadores de la España del 92. Déjalo y vete a leer algo que me interese, que así igual activo la tercera neurona y descansan las otras dos: la del cigarro y la del mechero”. En fin, que voy jodida de tiempo (el lunes me examino de Movimientos Literarios Rompecuernos), de espacio (el gato y yo no llevamos bien sincronizado el sueño), de hambre (¿por qué coño ceno yo a las 9 si me acuesto cuando amanece?) y del coco, que se empeña en que me dedique a la fotosíntesis y deje de marear con el periodismoloscojones.

No. No he desaparecido. Pero mi yo medianamente aceptable ha caído sepultado por kilos de crueles apuntes. Me cago en junio y en su puta madre. He dicho.

[Si alguno ha llegado despierto al final de este ladrillo, gracias por tu paciencia. Se os quiere.]