Será desgraciao...
Si ya lo decía yo, que a este bicho no se le puede quitar el ojo de encima un rato sin que la mangue. Me río yo de los que dicen que los gatos “son muy tranquilos” y “se duermen y no molestan”. ¡JA! Yo no sé si los gatos de los demás son adorables peluches que duermen en sus regazos y no se acercan más que para pedir mimos... el mío, desde luego, NO. Pero bueno, que yo iba a contar algo y me desvío...
El caso es que estaba yo limpiando “su hábitat” concienzudamente como cada mañana, y se me ha ocurrido la feliz idea de no meterle en la jaula mientras. “¡Qué cruel!”, pensareis. Pero debeis saber que cuando tocas sus cosas, le da el arranque territorial y se abalanza a morderte las piernas hasta que atraviesa los vaqueros con los colmillos. Parecía que la cosa funcionaba con el bicho dándose un rulo por el pasillo y conmigo fregona en mano cuando... “Uy dios qué callado está... ¿andandará?”. Me dispongo a meter la fregona en el cubo y le llamo “¡Oye! ¡Ven! ¡Toma!” (por alguna extraña razón, el bicho sólo responde al nombre de “toma”). Nada. Que no viene. Este está entretenido mangándome alguna por ahí. Cuando de pronto me giro y le veo... ¡Encima de la vitrocerámica con el hocico en una cazuela!. “¡SERÁS HIJO DE LA GRAN *#@X!", vocifero. El animal levanta la cabeza con el morro lleno de tomate y me mira con su cara de “Anda, ¿y a ti que te pica?”. Me lanzo a por él y le suelto a voz en grito una retahíla de insultos mezclando español, inglés y arameo avanzado. El muy payaso ronronea y se pone a restregarse en el suelo panza arriba. Claro, a mí se me cae el alma a los pies, hago de tripas corazón y le echo en su comedero la media cazuela de carne con tomate que iba a ser mi comida de hoy. Vuelve a ronronear, feliz de su hazaña, y yo me cago en la madre del gato y en mi suerte. Toca fregar cazuela, hacer comida y terminar de limpiar. Pero no... si “los gatos se duermen y no molestan...”.
El caso es que estaba yo limpiando “su hábitat” concienzudamente como cada mañana, y se me ha ocurrido la feliz idea de no meterle en la jaula mientras. “¡Qué cruel!”, pensareis. Pero debeis saber que cuando tocas sus cosas, le da el arranque territorial y se abalanza a morderte las piernas hasta que atraviesa los vaqueros con los colmillos. Parecía que la cosa funcionaba con el bicho dándose un rulo por el pasillo y conmigo fregona en mano cuando... “Uy dios qué callado está... ¿andandará?”. Me dispongo a meter la fregona en el cubo y le llamo “¡Oye! ¡Ven! ¡Toma!” (por alguna extraña razón, el bicho sólo responde al nombre de “toma”). Nada. Que no viene. Este está entretenido mangándome alguna por ahí. Cuando de pronto me giro y le veo... ¡Encima de la vitrocerámica con el hocico en una cazuela!. “¡SERÁS HIJO DE LA GRAN *#@X!", vocifero. El animal levanta la cabeza con el morro lleno de tomate y me mira con su cara de “Anda, ¿y a ti que te pica?”. Me lanzo a por él y le suelto a voz en grito una retahíla de insultos mezclando español, inglés y arameo avanzado. El muy payaso ronronea y se pone a restregarse en el suelo panza arriba. Claro, a mí se me cae el alma a los pies, hago de tripas corazón y le echo en su comedero la media cazuela de carne con tomate que iba a ser mi comida de hoy. Vuelve a ronronear, feliz de su hazaña, y yo me cago en la madre del gato y en mi suerte. Toca fregar cazuela, hacer comida y terminar de limpiar. Pero no... si “los gatos se duermen y no molestan...”.