Niños Bala
Ante la pasividad de mi colega Arcángel para publicar la segunda parte de su “Saturday Night” (te estás haciendo desear, perra), me permito el lujo de dar un rato por el saco aprovechando el insomnio. Una vez más, tomo las riendas de la sociopatía que me caracteriza para hablaros de un fenómeno poco conocido y bastante inquietante... Los Niños Bala.
Salía yo hace un par de días de tomar café con la otra autora de este nuestro blog, cuando fuimos atacadas por una infante que amenazaba con sacudirnos un latigazo con su comba mientras saltaba alegremente. Viendo la tranquilidad de la muchacha, Arcángel abrió los ojos sorprendida exclamando “¡Coño!¡La Niña Asesina!”. Y es que no era para menos. Deberíais haber visto lo ajena que estaba a lo que ocurría en el mundo exterior. Salta que te salta con cara inocente mientras su cuerda morada volaba veloz a escasos centímetros de la nuca de mi contertulia. Yo, que nunca destaqué por mi piedad, pensé en invocar a Herodes o soltar el consabido “¿Pero este bicho no tiene padres?” en la jeta de los mismos, que caminaban prudentes unos metros por detrás de la comba rebana-pescuezos.
Y es que me gustaría que tirase la primera piedra aquel quien no haya sido víctima de esa ceguera momentánea de los niños en cuanto salen a la calle. Quien no se haya apartado de un balón-proyectil mientras caminaba tranquilamente por un parque. Aquel cuyos pies no hayan sido atropellados por una de esas cucarachas ruidosas que llaman coches teledirigidos. O no haya tenido que esquivar a uno de estos Niños Bala que juegan a pillar (seguro que ahora se llama “captúrame que soy un Pokémon”) creyéndose los dueños de la puta Rue, sin ver a ningún otro ser vivo que al mocoso de pelo pincho que corre delante suyo gritando ser la reencarnación de Pikachu.
Así que ya saben. Cuídense de estos pequeños autómatas que, imitando al Tiranosaurio Rex, arremeten contra todo aquello que se mueve sin consideración ni quien se la implante. Una servidora seguirá utilizando su táctica de poner cara de vampiro come-niños (viendo mis ojeras no les hace falta mucho más para hacer rostro de haber conocido personalmente al Coco) mientras fulmina a los padres con esa mirada de “Compre una correa. Ya”. Y si esto no les funciona... Huyan. Refúgiense. Que el futuro de la humanidad cada día se parece más a una apisonadora.
Salía yo hace un par de días de tomar café con la otra autora de este nuestro blog, cuando fuimos atacadas por una infante que amenazaba con sacudirnos un latigazo con su comba mientras saltaba alegremente. Viendo la tranquilidad de la muchacha, Arcángel abrió los ojos sorprendida exclamando “¡Coño!¡La Niña Asesina!”. Y es que no era para menos. Deberíais haber visto lo ajena que estaba a lo que ocurría en el mundo exterior. Salta que te salta con cara inocente mientras su cuerda morada volaba veloz a escasos centímetros de la nuca de mi contertulia. Yo, que nunca destaqué por mi piedad, pensé en invocar a Herodes o soltar el consabido “¿Pero este bicho no tiene padres?” en la jeta de los mismos, que caminaban prudentes unos metros por detrás de la comba rebana-pescuezos.
Y es que me gustaría que tirase la primera piedra aquel quien no haya sido víctima de esa ceguera momentánea de los niños en cuanto salen a la calle. Quien no se haya apartado de un balón-proyectil mientras caminaba tranquilamente por un parque. Aquel cuyos pies no hayan sido atropellados por una de esas cucarachas ruidosas que llaman coches teledirigidos. O no haya tenido que esquivar a uno de estos Niños Bala que juegan a pillar (seguro que ahora se llama “captúrame que soy un Pokémon”) creyéndose los dueños de la puta Rue, sin ver a ningún otro ser vivo que al mocoso de pelo pincho que corre delante suyo gritando ser la reencarnación de Pikachu.
Así que ya saben. Cuídense de estos pequeños autómatas que, imitando al Tiranosaurio Rex, arremeten contra todo aquello que se mueve sin consideración ni quien se la implante. Una servidora seguirá utilizando su táctica de poner cara de vampiro come-niños (viendo mis ojeras no les hace falta mucho más para hacer rostro de haber conocido personalmente al Coco) mientras fulmina a los padres con esa mirada de “Compre una correa. Ya”. Y si esto no les funciona... Huyan. Refúgiense. Que el futuro de la humanidad cada día se parece más a una apisonadora.